Ronda, que me ha despertado mi instinto de Niépce. Me ha condenado a unos meses de rejuntar hasta los 1 céntimo de cambio que da la máquina del bar de la Complutense. Toda ella, me ha convencido para vivir unos meses a base de pasta cocía y poca cerveza en bares caros. Tabaco de liar, Coca-cola de otra marca y cero cines a excepción de la Filmoteca Nacional. Y vaya, ¡porque me compré el cupón de las diez pelis antes de volverla a pisar!
Ronda despierta en mí letras que bailan. Canciones del flamenco antiguo posiblemente, porque remolona y zalamera, como ella hay pocas. Es una dama gitana con lucero en la cara, con remilgos infinitos de volantes y zapatos negros. Que los de colores y lunares, sobrepasan mi entendimiento hacia lo cañí. Ronda es un canasto de mimbre, una silla de cantaor, un tablao amaestrado e infinita maestría al paso. Caballos siempre. Y toros, muy a mi pesar, también.
Ronda es tan Ronda. Tan grande e infinita, que como soy poco letrista y peor poeta, he decidido llevármela y acercarla a los cuatro vientos por ella sola. Viviré pobre. Ahorrando a lo hormiga para volver como una cigala y retratarla. Quiero una cámara. Que me ayude a definirla, que estoy muy hasta los cojones de no saberla trasportar a los ojos que nunca la vieron.
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