Escarceos.

Agarró su falda de rayas con vehemencia. La rompió. No tenía paciencia para encontrar el broche. Se quedó ella en bragas y él a cuadros. Lo último que esperaba era una faja paracaídas. Pensó ella que chico más bestia no había, pero le gustó. Pícaro beso, sin mucha saliva y recreo en principio, pero la escena casta no era. Él la cogió a peso, ella abrió las piernas y se dejó llevar. Se mordieron los labios. Se intercambiaron aforos de lengua. Notaba él un sabor a marihuana recién fumada. La dejó en la alfombra y se tumbó. Levantó las manos, y ella le quitó el suéter con rabia. Sus dedos congelados acariciaron el torso. Duro, aunque con la prenda puesta no lo pareciera. Chupó la chica el pecho del chico, le mordió el pezón. Él se rió. Se dedicó al otro pezón y encontró en él un hierro frío. Él volvió a reír. Ella le dijo que escogiera un número, él dijo que el tres. Se desabrochó la camisa, se soltó la melena, y olvidó la consciencia. Ella dijo “uno” y se lanzó sobre él. Se tumbó encima y le lamió el cuello. Le mordía, alternando suave y sabor, con fuerza y violencia. Él gemía y ella notaba cosquillas profundas en sus bajos. Se habían olvidado de pensar. Las pupilas del zagal se dilataron, las pestañas se entrecerraban y las piernas se mecían. Llegó sus gruesos labios con carmín colorado, a la oreja de su compañero, y le susurró. Canciones de infancia y suspiros profundos. Ella dijo “dos” y le besó los laterales de la barriga. De arriba a bajo. De abajo arriba. Él jugueteaba con las costuras de las bragas paracaídas, estaba apunto de meterle un tironazo y llevarlas al olvido. Ella meció su lengua en el ombligo del chico. Besos silenciosos y pequeños. La costura de los dientes mordió el principio del pantalón. Ella le dedicó un guiño lascivo, abrió sus botones y cambio de dirección la cremallera. El chico extasiado acarició el pelo ondulado de su prima. Y su prima se acordó de la abuela en común. Del gran secreto que tenía entre manos. “Tres”. Y fundido a negro.