dos o tres.
Pocos pero justos.
Donde aparcar nuestra esfera
de caderas sin bajera
de un buda redentor.
Y unas corcheras en
tus luceros
aceituna y malditos.
Que harmonizan las gotas
de unos cristales empañados
de sudor.
Ojos que se tumban.
Cuerpos sin pestañeo.
Manos justas en cama de dos,
el aliento sin dividir
de guerra y fuego
del eco,
que en la calle sin salida
brindaron el adiós.
Adéu a los dos o tres
cortijos de la fe
de palabras retintadas
en mentiras con café.
De cerveza sin tapa
de pura hojalata
de cuenta atrás
para escondite...
sin fin.
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